“¿Oia? ¡Al fin tengo algo que hacer!”, pensó en un grito Aguanieve, la chica que estaba en la oficina de la empresa ADT, cuando sonó la
alarma. No podía creer que su trabajo en la guardia de
reportes de la aseguradora tuviera un sobresalto, una emoción, algo que contar
el domingo, en el almuerzo familiar.
Estaba caminando por Triunvirato cuando lo llamaron. Desde
Europa, sus amigos. Los de la casa que cuidaba. Andaba paseando un rato, buscando
unos libros para regalar. “¿Cómo que sonó la alarma? ¿Y por qué? ¿Y ahora qué
hago?”. “Volvé, claro, a ver qué paso, si está todo bien”. Las piernas largas,
arremolinadas, a grandes pasos, por Encalada. Y en cada esquina, girando la
cabecita para pispear si por ahí, en una de esas, pasaba algún colectivo que lo
ayudara a llegar más rápido. A su cabeza llovía una interminable cantidad de
imágenes: Patrulleros en la puerta de la casa, vecinos amontonados mirando con
caras extrañadas y otras imágenes decadentes.
Se le cortaba así una racha de ciento sesenta y siete días
sin recibir alertas, desde aquel domingo nublado –lo recordaba como si fuera
hoy- en que el llamado había venido desde una casa en Palermo. Y ahora, en
Pueyrredón, ¿qué habría ocurrido? ¿Estarían robando o sería una ventana abierta
por el viento? Había mucho viento ese día, podía ser. “¿Qué hago, señora? ¿Mando un móvil o no?”
Esperaba que lo sorprendiera el zumbido molesto de la alarma
al doblar una esquina. De cada sonido le parecía que podía emerger, clara,
limpia y estridente. De autos y
bocinazos al pasar, de gritos y empujones de chicos que salían de un club. Siguió
camino y, al doblar en la última esquina, pudo ver que no había nada raro en el
frente de la casa. Llegó a la puerta, la abrió con rapidez y desactivó la
alarma que, a pesar de todo, continuaba encendida. Entró al living y… esa maldita llave de luz que está del otro lado de la pieza
le alargó la incertidumbre. Cuando por fin la encendió, pudo ver una de las patas de su gato, que escapaba de los sensores de movimiento del living hacia la galería. Vio también cómo se echó en el suelo y empezó a chuparse la misma pata, mientras lo miraba con cara de inocente.
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