Sobre Aguafuertes cariocas, de Roberto Arlt.
El libro comienza con el tono esperanzador de Arlt explicando,
en una de las primeras aguafuertes, cómo será su viaje por Sudamérica. Con alegría
desbordante, el autor contrasta el presente laboral que le permitía tener un
empleo escribiendo para El Mundo, de
sus antiguas jornadas de doce horas como aprendiz en librerías. Se regocija anunciándole
a sus lectores que les traerá novedades de lo que pase en la ciudad brasilera,
de la forma de vida de la gente de allí, y podrá diferenciarla de su tan
conocida Buenos Aires. Anuncia lo siguiente: en su maleta no lleva mucho, pero
sí “un saco para tratar con personas decentes y otro hecho pedazos para
mezclarme y convivir con la gente del bajo fondo que infesta los pueblos de
ultramar”. No puede leerse otra cosa que alegría en sus palabras.
Las primeras notas en tierras brasileras son descripciones
densas de la entrada en barco a Río de Janeiro. El tramo recuerda esa prosa descriptiva
empleada tanto en Los siete locos como
en Los lanzallamas. Pero Arlt anuncia:
“el paisaje sin gente, no me transmite nada, absolutamente nada”. Cuando entrá
en la ciudad, sus primeras impresiones son acerca del trato amable de la gente.
Dice “Río es una ciudad de gente decente, bien nacida. Pobres y ricos”. A Arlt lo sorprenden dos cosas: el
respeto y el buen trato que no encuentra seguido por Buenos Aires. Sobre todo
el buen trato hacia la mujer que camina sola por la calle. Esa atmósfera de
educación colectiva lo lleva a razonar que la diferencia entre brasileros y
argentinos es que “ellos tienen educada el alma, y nosotros las formas
superficiales”. Estas impresiones sobre el respeto a las personas, pueden estar
marcadas, tanto por la forma de vida en el Buenos Aires de entonces, como por
la infancia violenta que le tocó vivir al escritor.
Pero lentamente esa visión optimista del Brasil va
cambiando. Primero, a Arlt le sorprende la poca vida que exhibe la ciudad por
las noches. Casi no hay teatros ni hay cafés abiertos y a las once la gente ya
está en su casa, con lo que eso significaría para un porteño. Segundo, lo
asombra cómo se trabaja desde temprano. De la casa al trabajo y del trabajo… ¡a
casa! Ahora sí entiende por qué Río no tiene vida nocturna. El retraso no es
sólo económico, sino cultural, y sobretodo, político.
Con Aguafuertes Cariocas
se conoce del Brasil de los años ’30, de su gente y sus modos de vida. Pero lo que
más sorprende es que se logra conocer a la Argentina de esa época. Por
contraste, la aguda observación que logra hacer Arlt de la diferencia entre el
proletariado argentino y el brasilero desencadena en un grupo de hipótesis que
el escritor trazará acerca del futuro de cada país. La existencia en nuestro
país de bibliotecas barriales en donde se lee y se discute hizo que el obrero
argentino sea mínimamente lector, después veremos si crítico de la realidad. El
trabajador porteño lee los diarios, entiende medianamente lo que pasa en la
política y la economía del país. El brasilero, si lo hace, lee secciones
policiales. “Brasil no tiene problemas sociales porque no hay empleados
sindicalizados. Porque las diferencias sociales están ocultadas. En Brasil se
trabaja, se come y se duerme”. No sólo está contrastando pasados y presentes distintos en cada país, sino que
se puede hacer alguna interpretación de lo que serán los años de oro del
capitalismo en cada país, experiencias de gobiernos populares mediante.
La estadía de Arlt en Brasil y el resto de su viaje por
Sudamérica se ve finalmente interrumpida por la noticia de un premio en Buenos
Aires, por su novela Los siete locos.
Sin embargo, con su genio, sentido del humor y un lenguaje totalmente renovador
para la época, el escritor logra trazar, en dos meses, un boceto de lo que es
la vida en Río y en Buenos Aires.
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