Sólo permanece viejo lo que se mira con ojos de ayer.

miércoles, 28 de mayo de 2014

La pata del gato


“¿Oia? ¡Al fin tengo algo que hacer!”, pensó en un grito Aguanieve, la chica que estaba en la oficina de la empresa ADT, cuando sonó la alarma. No podía creer que su trabajo en la guardia de reportes de la aseguradora tuviera un sobresalto, una emoción, algo que contar el domingo, en el almuerzo familiar.

Estaba caminando por Triunvirato cuando lo llamaron. Desde Europa, sus amigos. Los de la casa que cuidaba. Andaba paseando un rato, buscando unos libros para regalar. “¿Cómo que sonó la alarma? ¿Y por qué? ¿Y ahora qué hago?”. “Volvé, claro, a ver qué paso, si está todo bien”. Las piernas largas, arremolinadas, a grandes pasos, por Encalada. Y en cada esquina, girando la cabecita para pispear si por ahí, en una de esas, pasaba algún colectivo que lo ayudara a llegar más rápido. A su cabeza llovía una interminable cantidad de imágenes: Patrulleros en la puerta de la casa, vecinos amontonados mirando con caras extrañadas y otras imágenes decadentes.

Se le cortaba así una racha de ciento sesenta y siete días sin recibir alertas, desde aquel domingo nublado –lo recordaba como si fuera hoy- en que el llamado había venido desde una casa en Palermo. Y ahora, en Pueyrredón, ¿qué habría ocurrido? ¿Estarían robando o sería una ventana abierta por el viento? Había mucho viento ese día, podía ser.  “¿Qué hago, señora? ¿Mando un móvil o no?”

Esperaba que lo sorprendiera el zumbido molesto de la alarma al doblar una esquina. De cada sonido le parecía que podía emerger, clara, limpia y estridente.  De autos y bocinazos al pasar, de gritos y empujones de chicos que salían de un club. Siguió camino y, al doblar en la última esquina, pudo ver que no había nada raro en el frente de la casa. Llegó a la puerta, la abrió con rapidez y desactivó la alarma que, a pesar de todo, continuaba encendida. Entró al living y… esa maldita llave de luz que está del otro lado de la pieza le alargó la incertidumbre. Cuando por fin la encendió, pudo ver una de las patas de su gato, que escapaba de los sensores de movimiento del living hacia la galería. Vio también cómo se echó en el suelo y empezó a chuparse la misma pata, mientras lo miraba con cara de inocente.

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