Sólo permanece viejo lo que se mira con ojos de ayer.

jueves, 21 de julio de 2011

La parte maldita

"y cuando finalmente me dé cuenta quién soy,
ya me habré escapado de mí"


Es una parte de yo, pero no es él en escencia. No es ontológico, sino construcción subjetiva. Me recorre de aquí hacia allá, reside en mi interior, me hace correr, me agita, me descontrola. Se emperra en salir, pero en su eterna impotencia me rompe en pedazos rotos.

Las pieles lasceradas son testimonio fiel de su existencia, de mi mortandad. El cuerpo descontrolado es el cuerpo que sabe, que lo sabe todo, pero no quiere hablar. Pero lo que no quiere hablar es un idioma de palabras, porque las palabras son el hogar de la razón, y porque su idioma no se llama razón sino sentidos.

Y así se manifiesta, con un dulce "me duele", un inocultable "me pica" y por qué no un valiente "me arde". Así se manifiesta un cuerpo que quiere negar su embotamiento. Es un cuerpo que atraviesa la vida con un dolor que no puede ocultar. Debe hacer un espectáculo de su dolor. Solo así puede transformarse en un cuerpo rebelde.

Pero... ¿rebelarse contra quién?
Si yo soy parte de él, si yo no soy sin él.
Si no existe "mi cuerpo" y "mi conciencia", sino YO (el espíritu en la materia)

Sin embargo, como cada tantos versos es bueno escuchar una sinécdoque, en todo des-orden de cosas es bueno que la parte se rebele contra el todo, y lo pueda partir en pedazos rotos, para que se rehaga un todo mejor.

miércoles, 20 de julio de 2011

Había una vez un tano anarquista

Siempre el placer de leerlo.

Roberto Arlt, para el díario "Crítica"

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de Culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
<<...de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...>>
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
<<...artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales...>>
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
<<...estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número...>>
Di giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
<<...Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario...>>

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzales Tuñón, de Crítica y Gómez, de el Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

miércoles, 13 de julio de 2011

Las palabras nos roban los sueños
porque borran (iba a decir reprimen)
las interpretaciones de los hechos
y construyen la realidad únicamente como fáctica.

Hay una realidad (de todas las que decidí vivir)
que no está hecha de hechos
y en esa realidad viven nuestros sueños,
meras interpretaciones de acontecimientos
que amoldamos a nuestra imaginación.
Soñamos, hasta que alguien nos despierta diciéndonos, cínicamente:
"Lo que quise decir no puede escindirse
del sentido denotado de mis palabras"
Se le puede refutar al iluso
y orgulloso interlocutor:
"Las interpretaciones, como los sueños,
jamás podrán ser reprimidos"